Transoxiana 7 - Diciembre 2003 |
Resumen de la conferencia dictada en la Escuela de Estudios Orientales, USAL, los días 13 y 14 de agosto de 2003
Es un hecho bien conocido que el conocimiento detallado y fidedigno de la historia del antiguo Egipto es muy reciente. Hace tan solo doscientos años lo único que sabíamos de los orígenes de la civilización egipcia, una de las primeras y más brillantes en la historia de la humanidad, eran los relatos de historiadores y viajeros griegos y romanos que sin mucho espíritu crítico, recogieron lo que los egipcios de su época les contaban.
Hoy en día, aunque todavía tenemos importantes lagunas sobre el desarrollo detallado que llevó a Egipto a una evolución política y social que lo transformó en una de las potencias del mundo antiguo, sabemos en sus grandes líneas el proceso que tuvo lugar.
Hubo dos grandes saltos en este mejor conocimiento de los orígenes de Egipto, el primero ocurrió a fines del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, con los descubrimientos de muchos arqueólogos de principalmente cementerios en el Bajo y el Alto Egipto, y luego de un relativo estancamiento desde 1950 a 1970, a partir de ese momento, un cambio en la perspectiva con que se veía a estas culturas formativas egipcias empujó a los investigadores a un nuevo y muy mejorado nivel de comprensión que es el que tenemos ahora.
En la primera mitad del siglo XX estaba de moda en la arqueología egipcia el concepto de que un pueblo extranjero había irrumpido en el Valle del Nilo hacia el año 3.400 antes de nuestra era (la llamada "raza dinástica") civilizando a los atrasados nativos e imponiéndoles una estructura política y social más avanzada, fundando la monarquía en un Egipto unificado y aportando mejores métodos de irrigación para aumentar la prosperidad del país por medio de un poder centralizado, coordinador de esos esfuerzos.
A principios del siglo XX, a pesar de las interpretaciones simplistas que parecían imponerse en la investigación egiptológica, algunos autores adoptaban una muy alentadora perspectiva multidisciplinaria, incorporando en sus estudios hallazgos de nuevas disciplinas tales como la antropología y la sociología.
Tal es el caso de Moret que en colaboración con Davy, en su obra clásica "De los Clanes a los Imperios" procuraba enriquecer su visión con los descubrimientos y los fundamentos teóricos de ambas ciencias humanas. Si bien este libro se ha tornado obsoleto después de los ochenta años que han transcurrido desde su publicación, tales obras pioneras marcan un punto de inflexión en la egiptología, que desgraciadamente por muchas razones, no tuvo continuidad.
Se han señalado varias causas para este divorcio entre la egiptología y la antropología que duró varias décadas. Una de ellas es el enfoque más bien anticuario de muchos egiptólogos, deleitándose en la apreciación de las obras de arte y el estudio de los antiguos textos, sin una preocupación como la de los antropólogos por el desarrollo de un marco teórico, podríamos describir a esta dicotomía como la oposición entre una forma de humanismo en el sentido de una preocupación por lo estético y la apreciación de los logros de un pueblo y una ciencia humana con otras aspiraciones más amplias y rigurosas. Otra posible causa es el relativo particularismo de las anteriores generaciones de egiptólogos que los llevó a centrarse en su tema casi exclusivamente, evitando en lo posible comparaciones y paralelismos con otros pueblos, exagerando la originalidad de los antiguos egipcios.
Afortunadamente, un nuevo acercamiento entre la antropología y la egiptología se ha producido en los últimos años, en gran parte por la incorporación de muchos egiptólogos con un bagaje académico en antropología, quienes han contribuido a dinamizar y renovar los enfoques y los marcos teóricos de la investigación egiptológica. Libros publicados en las últimas décadas del siglo XX, como los escritos por B. Kemp, K. Weeks, J. Janssen, K. Bard, S. Seidlmayer and J. Richards, entre otros, han conducido a la ruptura de ese estancamiento que mencionamos más arriba y a los impresionantes avances ocurridos en el pasado reciente en la comprensión de la antigua sociedad egipcia faraónica en su conjunto y en particular, de los orígenes de Egipto.
Podríamos referirnos en forma similar a las relaciones entre la egiptología y la sociología, que tiene un cierto paralelismo con la situación que acabamos de reseñar referente a la antropología y que también se ha resuelto favorablemente, aproximadamente en la misma época, con la incorporación de elementos del marco teórico de esa disciplina a la investigación egiptológica.
Desde una diferente perspectiva metodológica, ya en 1950 Myers mostraba otros caminos en su libro "Algunas aplicaciones de la estadística a la arqueología" y su excavación junto a Mond de los cementerios predinásticos de Armant fue publicada con tal excepcional detalle que fue seleccionada por Kaiser como el patrón para llevar a cabo su revisión del brillante pero algo inconsistente sistema de cronología relativa predinástica elaborado por Petrie a principios del siglo XX.
En los últimos años, análisis cuantitativos realizados por Kemp, Bard, Griswold, Hendrickx, Wilkinson, quien escribe y otros, han aportado importante evidencia que ha enriquecido nuestro conocimiento del Egipto predinástico de formas que no habían sido aplicadas antes a este campo de estudio.
Debo señalar asimismo que resulta un poco desalentador ver que muchos colegas, quizás por resabios de una formación esencialmente humanística, todavía miran con cierta desconfianza estas nuevas aproximaciones cuantitativas que a pesar de todo, se imponen cada vez más ampliamente en la metodología cada vez más multidisciplinaria de la arqueología en general, y de la egiptología en particular, porque permiten una evaluación más correcta y ajustada a la realidad de la evidencia arqueológica. Esta resistencia a probar o adoptar estos métodos quizás se deba en parte también a los excesos de algunos aficionados que tomando mediciones de antiguos monumentos y difundiendo teorías absurdas, han desprestigiado los estudios cuantitativos académicos que no deberían jamás confundirse con esos groseros e ineptos malabarismos numéricos.
Estos nuevos métodos, más rigurosos que los aplicados anteriormente para el estudio del Predinástico egipcio, han permitido establecer sistemas para la detección de enterramientos pertenecientes a las clases privilegiadas por medio de la medición de una serie de indicadores de status, han permitido detectar un cierto número de aspectos del período Amraciense o Naqada I que subrayarían su importancia como punto de inflexión en el desarrollo social del Egipto predinástico, aunque anteriormente muchos autores tendían a subestimarlo presentándolo como una mera prolongación del anterior período Badariense.
Los nuevos estudios cuantitativos, incorporando herramientas tomadas de la antropología y de la sociología, han permitido asimismo comprobar que en el proceso de evolución política y social del Egipto predinástico, asentamientos distantes de los nuevos centros de poder que surgieron en Abidos, Naqada o Hierakónpolis, tendieron a ser marginados, registrando un descenso en su grado de desigualdad social que a medida que transcurría el tiempo, se desplazaba a esas concentraciones urbanas, capitales de reinos predinásticos del Alto Egipto.
Tal situación ha sido detectada en pequeñas comunidades a fines del Predinástico como por ejemplo, Armant, situada cerca de la ciudad de Luxor actual y en Matmar, ubicada al norte del Alto Egipto.
En lo concerniente al origen de la civilización egipcia, los estudios recientes han desvirtuado también las teorías de invasiones civilizadoras, mostrando que el desarrollo de las culturas sucesivas del Alto Egipto, que en sus últimas fases se expandieron hacia el norte unificando culturalmente al país antes de su unificación política, consistió en un proceso de evolución interna, en el que los elementos de origen extranjero fueron marginales, de muy corta duración y de muy escaso peso en el desarrollo político o social de Egipto ya que el registro arqueológico no indica ningún salto o marcada discontinuidad cultural compatible con una invasión o penetración masiva de influencias externas que incidieran decisivamente en el desarrollo de ninguna de estas culturas.
Concluimos señalando que con solamente leer alguno de los libros sobre el período Predinástico en Egipto publicados antes de 1970, comparándolo luego con los que han aparecido en los últimos años, el cuadro presente en uno y otro caso revela la mayor coherencia y acuerdo con la evidencia arqueológica, así como la mayor rigurosidad analítica de los trabajos recientes, que sin renunciar a la valiosa información proporcionada por los aportes anteriores, incorporan el vasto acervo de los trabajos arqueológicos actualmente en curso en todo Egipto que procuran establecer el necesario equilibrio entre la evidencia funeraria y la urbana o de asentamientos, del que carecíamos anteriormente por un exagerado énfasis en la excavación de los cementerios de este importante período formativo de la civilización egipcia.